A las nueve menos cuarto ya nos hemos hartado en la oficina con todos los topicazos del lunes: que si el fútbol, el sueño, la jubilación, la familia. Y entonces llega al teléfono la peor noticia, la más triste e inesperada: “Mi niño descansa en paz”. Literalmente me quedo paralizado. Gerardo tenía 9 años, ha fallecido de leucemia.

En la misión de Encarnar al Refugiado, los fraternos no solo trabajamos con personas refugiadas. Acompañamos en general a familias vulnerables que han quedado fuera del sistema, que no están en el circuito de ayudas oficiales. Así conocimos este año a los encantadores Luis Gerardo y María Angélica, un matrimonio venezolano que llegó a España con la esperanza de salvar la vida a su hijo Gerardo (8 años entonces), diagnosticado de leucemia. Aquí descubren que su hermano Mariano (4 años) es compatible para un trasplante de médula. El Hospital de La Paz se va a encargar del prodigio médico. Y así, después de unas semanas de trato con nosotros, fueron integrados por Cruz Roja en su programa de acogida por razones humanitarias. Se les consiguió permiso de residencia y se les facilitó una habitación en una casa en Cercedilla.

En estos meses, la familia se ha volcado con la enfermedad de Gerardo, la prioridad era evidente. Solo el pequeño Mariano ha podido hacer razonablemente lo que hacen los niños de su edad: aprender letras y números, dibujar, jugar y hacer amigos. Los papis prácticamente se limitaron al tren y al hospital. Sí tuvieron ocasión de compartir su experiencia con alumnos en un taller sobre migraciones y refugiados, en El Pilar de Castelló. Allí estuvo Gerardo, con sus ojos enormes asomados sobre la mascarilla. Puede que alguno de nuestros hijos llegara a conocerlos.
Pero las cosas no salieron como esperaban y unos meses después del trasplante la enfermedad rebrotó. Después, el ciclo de quimioterapia ya no fue eficaz. Y se acabaron los recursos médicos.

El fin de semana de mitad de noviembre pintaron su habitación en Cercedilla, compraron un pijama nuevo de Pantera Negra, y todos los vecinos de la casa de acogida prepararon juntos una merienda muy especial para la fiesta de bienvenida. Gerardo volvía a casa. En el hospital solo quedaba pautar los cuidados paliativos, prepararse de forma adecuada para el alta, y dejar bien abiertas las comunicaciones con los médicos. Pero el lunes de madrugada todo se precipitó. Gerardo estuvo despierto a ratos para intercambiar sonrisas con su padre y, pacíficamente, dulcemente, al fin falleció.

A las nueve menos cuarto de la mañana, después de dejar a Marianito con las psicólogas del hospital, María Angélica nos envía a Concha y a mí el mensaje más triste: “Mi niño descansa en paz”. Yo, literalmente, me quedo paralizado. Salgo al pasillo con el teléfono, lloro, contacto con Concha, contesto a María Angélica que, tan discreta como siempre, no quiere que nos preocupemos por nada. Pero ellos son importantes para nosotros y queremos acompañarles, estar juntos, que no se sientan solos justo ahora. Decidimos ir al hospital. Bendita decisión.
Los pasillos, las salas, los papeles son horribles. Pero las personas son maravillosas; las enfermeras, los funerarios, las psicólogas son maravillosos. Las fisios, las familias amigas de Cercedilla, las madres de otros niños de La Paz son maravillosas. Las chicas del equipo profesional de Diaconía de la casa de acogida son maravillosas. Todos y cada uno de los fraternos que van acercándose por allí son maravillosos.

Pasamos lunes y martes todo lo cerca que podemos. El Tanatorio, para mi sorpresa, no es un lugar tan triste. Angélica y Luis Gerardo consiguen que todos vayamos con el corazón por delante, a flor de piel. Creo que no exagero, nos estamos queriendo. La familia está muy agradecida, recibe con cariño sincero la compañía y el afecto de los fraternos. Luis Gerardo me aparta y me pregunta con interés por las Fraternidades. Le seduce mucho nuestra motivación, traer a Jesús al mundo. Yo soy un descreído y un rebelde, pero tengo Fe en que el amor nos hará felices. No sé ni cómo se lo digo, puede que la esté liando. Pero hay más cosas que las palabras, y él es un hombre inteligente y sensible. Esto me contesta: “Quiero ser fraterno”.

Marianito juega con todos, hay aviones de papel y de corcho volando por la sala y los pasillos. Me llama señor Humberto y me enseña un dibujo: “Este es mi hermano Gerardo con dos angelitos”. Luego me dibuja a mí demasiado gordo, y nos reímos juntos. Este chico mantendrá despierta y activa a la familia para siempre.
Estos días ha pasado algo especial. Con los corazones en estado sensible nos hemos hecho amigos, y hemos celebrado no haber perdido el contacto. Que dure. Termino con las palabras que me dijo un sacerdote colombiano hace tiempo: el cielo no es un lugar, sino un modo de relación. En lo que a mí respecta, Gerardo ha muerto y Gerardo ha resucitado. Está en el cielo y Dios le bendice.